Lula da Silva regresa al poder con la promesa de combatir las desigualdades

Con más canas, pero igual de emocionado, Luiz Inácio Lula da Silva asumió este domingo la Presidencia de Brasil por tercera vez. Estuvo arropado por una marea roja en éxtasis que le llevó en volandas por Brasilia, en una investidura cargada de símbolos.

20 años atrás, Lula llegaba al poder para convertirse en el primer presidente obrero del país, poniendo fin a ocho años de socialdemocracia liberal con Fernando Henrique Cardoso.

Ayer, ante decenas de miles de sus seguidores, como en 2003, puso fin a cuatro años de la ultraderecha de Jair Bolsonaro, ausente en la toma de posesión tras marcharse a Estados Unidos sin billete de vuelta. Un hecho sin precedentes en la corta historia de la democracia brasileña.

De traje y corbata azul, el dirigente progresista, de 77 años, volvió por momentos a ese 1 de enero de 2003. Volvió a romper a llorar y volvió a denunciar el aumento de la desigualdad.

“El hambre es hija de la desigualdad, que es la madre de los grandes males que atrasan el desarrollo de Brasil. La desigualdad empequeñece este país de dimensiones continentales al dividirlo en partes que no se reconocen”, manifestó.

Los decenas de miles de simpatizantes que coparon la Explanada de los Ministerios también viajaron al pasado, bajo una jornada de calor sofocante. No hubo ni rastro de la lluvia prevista por los servicios meteorológicos del país.

Fue una jornada de optimismo, esperanza y alegría, que empezó cuando Lula se subió al Rolls Royce sin capota de la Presidencia. Puño en alto, Lula vivía un “déjà vu” como estrella del rock de la política brasileña y culminaba así su resurrección política, después de 580 días en prisión y ver cómo era excarcelado y sus condenas por corrupción, anuladas por la justicia.

A su lado iban la primera dama, Rosângela “Janja” da Silva; el vicepresidente, Geraldo Alckmin, y la esposa de éste, Maria Lúcia Ribeiro. Todos cercados por una veintena de guardaespaldas, que escoltaban el vehículo de cerca. Mientras, los seguidores lulistas intentaban seguir el ritmo del imponente Rolls Royce, que avanzaba hacia el Congreso.

Las amenazas y graves disturbios de radicales bolsonaristas en vísperas de la investidura obligaron a extremar las precauciones.

A su llegada al Congreso, se dio un tímido abrazo con los líderes del Legislativo. Desde allí desfiló entre los Dragones de la Independencia, frotándose las manos, ajustándose la corbata y los puños de la camisa.

Dentro le esperaban aliados y autoridades. El abrazo más efusivo fue con la expresidenta Dilma Rousseff, destituida en 2016, último año del Partido de los Trabajadores (PT) en el poder hasta este 2023.

Dentro del Congreso, donde se guardó un minuto de silencio por la muerte de “O Rei” Pelé, fallecido el pasado jueves a los 82 años, juró el cargo. Discursó durante 40 minutos.

Gran parte de las intervenciones de Lula se basó en críticas a la gestión de Bolsonaro, a quien, sin citarle, acusó de haber encabezado un “Gobierno de destrucción nacional”.

En especial, prometió que no quedarán impunes los responsables por la gravedad de la pandemia en Brasil, donde murieron 695 mil personas por Covid-19, según recalcó, mientras el país estaba liderado por un “Gobierno negacionista”.

Desgranó también los daños infligidos por el gobierno de Bolsonaro a la economía, el medioambiente, los servicios de sanidad y educación y, sobre todo, al tejido social de Brasil, que salió de las elecciones del 30 de octubre polarizado y dividido como nunca. De hecho, eligió la frase “unión y reconstrucción” como lema de su nuevo gobierno, antes de ponerse rumbo al Palacio de Planalto.

Allí, ante la ausencia de Bolsonaro, subió la icónica rampa del palacio presidencial con gente del pueblo: un niño negro de la periferia de Sao Paulo, una recicladora informal, el conocido cacique Raoni Metuktire, un metalúrgico y un profesor.

Fueron ellos los que pasaron la banda presidencial en un gesto que llevó al nirvana a los acólitos de Lula, que vivieron la misma ilusión que el 1 de enero de 2003, en una fiesta con 150 artistas.

Eva Carvalho estuvo en ambas citas. La psicóloga de 65 años dijo que fue a la primera porque fue “simbólica”, al ser el primer “obrero” en alcanzar el poder, y a esta segunda “por todas las amenazas a la democracia”. “No podía dejar de venir después de todo lo que pasamos estos últimos años. Es el triunfo de la democracia”, subrayó.