El poderoso presidente Xi apuntala su poder y abre una nueva etapa en China
El Partido Comunista aprobará esta semana una "resolución histórica" que le sitúa a la altura de Mao y Deng Xiaoping
El Partido Comunista de China cocina esta semana una "resolución histórica". El léxico ayuda a orientarse en los arcanos de la política china y la "resolución histórica" no es exagerada. Sólo ha emitido dos en su vida centenaria y sirvieron para fijar nuevos rumbos y apuntalar liderazgos omnímodos. De la resolución sólo se sabe que certificará la consolidación de Xi Jinping, entronización, subida a los altares o cualquier otro titular ditirámbico que ha acompañado los cónclaves políticos de los últimos años.
La resolución será votada por los casi 400 miembros del Comité Central (líderes políticos, jefes militares, académicos…) que estos días se han encerrado en un hotel pequinés de propiedad militar. El plenario es el sexto de los siete que jalonan el curso de la política china entre los congresos quinquenales y sentará las bases del que se celebrará en otoño. Tampoco la etiqueta de histórico le quedará pequeña porque Xi prorrogará su estancia en el poder tras haber agotado los dos mandatos tradicionales.
Un vistazo a las resoluciones anteriores subraya su enjundia. La primera fue firmada por Mao en 1945, cuatro años antes de que fundara la república, y sirvió para sellar su égida y marcar un camino al margen del estalinismo y otras influencias rusas. La segunda, escrita por Deng Xiaoping en 1981, asumió errores maoístas como la Revolución Cultural y el Gran Salto Adelante y abrió la senda hacia la apertura sin los pesados ropajes ideológicos. Mao levantó a un país arrodillado tras un siglo de guerras y colonialismo, y Deng lo enriqueció. A Xi le corresponde empujarlo hacia su esplendor doméstico e internacional. De la resolución se espera que abunde en conceptos como el "rejuvenecimiento de la nación" o la "prosperidad común" y que priorice la lucha contra las desigualdades sociales frente al viejo desarrollo a toda costa.
No escasea el partido en éxitos recientes como la erradicación de la pobreza, el control de la pandemia o el repunte económico en tiempos de recesiones generalizadas. Xi ha reconocido las "tremendas e históricas contribuciones" de sus predecesores, por lo que es improbable que su resolución contenga la carga crítica de las anteriores.
Concentración del poder
Xi es el líder chino más poderoso de la historia si atendemos a su colección de cargos. Preside el Ejército, el partido y el país, ha añadido el título simbólico de "hexin" (núcleo) que define a los líderes incuestionables, su doctrina fue grapada a la Constitución y acabó con el límite de mandatos presidenciales. Lo describía esta semana la agencia de noticias oficial: "Este es un hombre de acción y determinación, un hombre de profundas creencias y sentimientos, un hombre que heredó un legado pero que se atreve a innovar, un hombre con una visión de futuro y el compromiso de trabajar sin descanso".
Los panegíricos de la prensa nacional y la terca equiparación desde Occidente de Xi a Mao recomiendan una matización. No es comparable en brillantez, logros ni relevancia histórica a Deng, artífice de la transformación de un país mohoso, aislado y con una economía planificada que condenaba al hambre en lo que es hoy China. El arquitecto de las reformas, además, jubiló los excesos autoritarios que posibilitaron los desmanes maoístas y trasladó el foco del líder al partido.
Cada presidente heredó desde entonces menos poder que el anterior hasta que el tsunami Xi arrasó con la fórmula del “primero entre iguales”. Su acaparamiento de poder permite lecturas opuestas. Por un lado, dota a China de un líder fuerte en medio de la tormenta, con la hostilidad creciente de Estados Unidos y el complejo viraje a un patrón económico basado en el autoconsumo. Por el otro, estrecha los márgenes del sano debate interno del partido.
Xi ha limpiado el partido, no sólo de adversarios sino de sucesores, rompiendo esa tradición por la que se designaba a un delfín para que se fogueara. El año próximo certificará su nuevo mandato con la certeza de que el timón chino, para lo bueno y lo malo, seguirá en sus manos.
Fuente: EL PERIÓDICO