Messi honra su historia y alcanza su final soñada
El capitán albiceleste, líder en el triunfo ante Croacia, marca y asiste al bigoleador Julián Álvarez tras otra jugada para la historia de los Mundiales. Jugará su segunda final de la Copa del Mundo frente al ganador del Francia-Marruecos
Messi regó de gloria el suelo de Lusail. La pelota fue su corazón. La cosió a su botín izquierdo y la hizo bombear. Porque ahí está algo más que un sueño, está su vida. La hizo correr y la hizo frenar. Si hubiera querido, incluso hubiera podido enredarla en la barba de Gvardiol, que conoció el tormento con 20 años. Y Leo, que corría pegado a la banda, no se separó del balón hasta que llegó a la última frontera, donde esperaba Julián Álvarez para fijar por siempre la jugada en la historia de los Mundiales.
En una Copa del Mundo convertida en un reto titánico que entusiasma tanto como aprisiona al pueblo argentino, Messi, con Croacia abrumada y derrotada, ya tiene su final soñada. Perdió el capitán de la albiceleste la de 2014 ante Alemania, pero aquella no tenía aroma a última vez. El próximo domingo, sobre ese mismo césped qatarí donde Leo se va dejando la vida a trozos, será diferente. Porque el desenlace, maldita sea, es lo que siempre se recuerda.
Argentina derrotó a Croacia en las semifinales del Mundial porque Messi continúa con ese homenaje a su propia carrera que no tiene fin. Y porque junto a él campan Enzo Fernández y Julián Álvarez. Uno piensa, el segundo ejecuta. Y también, porque ha llegado a un punto en el que los argentinos juegan con el convencimiento de la inmortalidad.
Lo entendió Luka Modric, al que, como a Messi, no le hace falta que los propagandistas le digan que el fútbol le debe algo. A él también le basta con jugarlo y honrarlo. A sus 37 años, el capitán croata estaba realizando un partido fabuloso en la noche de Lusail. Ninguno de los cuatro centrocampistas argentinos sabía muy bien qué hacer con él. Quizá por eso no le incordiaran demasiado, conscientes de que el centrocampista balcánico sabría encontrar su lugar. Pero no llegó Modric a un balón y el tormento no solo se le vino encima a él, sino a toda su selección.
Fue esa la contra con la que Argentina concluyó su duermevela inicial, cuando esperaba a los croatas en su campo segura de que los espacios aparecerían. Aunque nada hubiera pasado de no haber mediado Enzo Fernández en el episodio determinante del partido. Fue suyo el pase que desgarró el pecho de Croacia. Lovren y Gvardiol no supieron cómo reaccionar, y entre ellos se coló Julián Álvarez, ese delantero de maneras ratoniles que hace del desmarque un arte. Al portero Livakovic no le quedó otra que salir en busca del delantero del Manchester City. Pero éste estuvo pillo, tocó la pelota en lo que pareció un autopase, y chocó contra el guardameta. Livakovic no podía desaparecer de la escena, pero también sacó la pierna donde no debía, facilitando que el árbitro italiano Daniele Orsato le castigara con el penalti. De nada sirvieron las protestas.
Y Messi, que había comenzado la noche tocándose los músculos de las piernas, como si no fueran pocos los enemigos que ha tenido que sortear, tomó el balón con ese gesto serio e intimidatorio que lleva acompañándole durante todo el Mundial. Messi, en poco más de tres semanas, ha cambiado su mirada de ángel por la del demonio. La bondad gusta, pero es a las puertas del infierno cuando uno más fuerte se siente.
No hay más que ver cómo el rosarino afronta ahora los lanzamientos desde el punto de penalti, allí donde más terrenal se sentía. Livakovic, pese a su extraordinaria fiabilidad, ni siquiera pudo reaccionar ante el martillazo de Messi, alto y ligeramente escorado. Un disparo valiente encontrándose ante semejante escenario. Fue su undécimo gol en un Mundial, superando así la histórica marca de Batistuta con Argentina.
Acusó tanto el golpe Croacia que los argentinos, una vez intuyeron el miedo, aceleraron para acabar cuanto antes. El precedente del sufrimiento ante Países Bajos, que igualó un 2-0 cuando nadie podía imaginar que saldrían del camposanto, no podía repetirse.
Quien mejor interpretó la situación fue, otra vez, Julián Álvarez. Lo suyo no fue egoísmo, fue seguridad extrema ante una carrera que nadie hubiera podido detener. Por momentos pareció mutar en el revolucionado Matador Kempes de la final del Mundial del 78. Juranovic y Sosa, que eran los encargados de parar aquel sprint sin fin, se perdieron entre rebotes y pésimas decisiones. Y Julián Álvarez, que nunca perdió de vista el balón, no acabó hasta tomar el 2-0.
Zlatko Dalic, seleccionador de los balcánicos, no quiso sentarse. Agitó a su equipo, trató de recomponer líneas, pero vio cómo Modric abría los brazos, harto de lo que tenía a su alrededor. Antes de que la leyenda croata se sentara en el banquillo, Messi logró firmar en el 3-0 una de aquellas jugadas por las que será recordado, siendo Julián Álvarez quien más lo celebrara por ser protagonista de semejante momento. El abrazo del diez tuvo el sentido de la bendición eterna.
A Messi le queda un último paso. Una final que nada tendrá que ver con la revancha de Brasil 2014, sino con la conquista de una vida.
Fuente: Mundo