A propósito de las relaciones exteriores de Bolivia

Lo ocurrido con Lidia Patty y el fallido intento de ser cónsul en Puno (Perú) nos muestra el trabajo de la Cancillería. La improvisación del Ministerio de Relaciones Exteriores no es algo nuevo y ha sido una calamidad desde la existencia de Bolivia.

Tampoco somos el primer país que confunde el maniqueísmo político interno con las políticas de Estado. Las revoluciones no son excusa para descuidar el importante oficio de las cancillerías, las cuales desempeñan un papel fundamental para los respectivos gobiernos y las políticas de Estado.

Ejemplos de brillantes diplomáticos al servicio de gobiernos revolucionarios pueden ser encabezados por Charles Maurice de Talleyrand (Francia), Gueorgui Chicherin y Viacheslav Mólotov (Unión Soviética).

En el caso boliviano, la revolución de abril de 1952 colocó a un hombre que desconocía del tema, pero que fue lo bastante prudente para no cometer errores; su labor es muy poco estudiada y podrían servirnos de ejemplo los años en que el presidente Walter Guevara Arze fue canciller.

Quizá podamos encontrar respuesta a nuestro accionar en la obra de Ramiro Condarco, “Orígenes de la nación boliviana”, donde se explica que Bolivia es la continuidad histórica de la Real Audiencia de Charcas, y en “El macizo boliviano” de Jaime Mendoza, donde se describe que los bolivianos vivimos aislados del mundo por nuestras montañas y que el contacto con el exterior puede ser complicado, prefiriendo nuestra visión ideal del mundo antes que la realidad factual. Posiblemente, esto último haya hecho que se deje de lado el pragmatismo de Gabriel René Moreno en la Guerra del Pacífico y se haya perdido de manera definitiva una salida al litoral, así como el trabajo realizado por Gustavo Fernández ante la Organización de Estados Americanos sobre el tema marítimo boliviano, el cual pasó a un segundo plano con el golpe propiciado por Alberto Natusch Busch.

Debemos recordar la “Agenda de los 13 puntos”, teniendo como artífice a Javier Murillo de la Rocha, pero que se encuentra estancada tras el fallo en La Haya sobre el tema marítimo.

En el caso de los cónsules, aquellos que han levantado críticas son recientes, aunque es muy posible que todo el cuerpo diplomático corra la misma suerte en el trato a los connacionales en todo el mundo. Seguramente, aún recordamos al que fue cónsul en Barcelona, Alberto Pareja Lozada, quien realizó sus labores para traer al país unos respiradores nada prácticos para combatir el COVID-19.

Hasta el día de hoy se recuerda su entrevista en “Que No Me Pierda” de la Red Uno, donde mencionaba que para ocupar el cargo pasó dos semanas de clases intensivas, que su señora madre era asambleísta departamental de Santa Cruz y su tío presidente de la aduana. Lidia Patty es un ejemplo de la instrumentalización de lo indígena. En ambos casos, la Cancillería es culpable de las designaciones y de la nula coordinación. La no presentación del exequátur de la “Convención de Viena sobre Relaciones Consulares” muestra el nivel de los funcionarios.

¿Qué clase de profesionales se encuentran a cargo de las relaciones exteriores? ¿Qué cambios deberían realizarse? Son las preguntas que debe plantearse el Órgano Ejecutivo y trabajar al respecto. Poner como excusas la discriminación, el proceso de cambio o la revolución democrática y cultural no solucionará el problema. Tal como mencionamos al principio, el hecho de que estemos viviendo una revolución no significa que no tengamos profesionales capacitados. Nos encontramos a dos años de cumplir 200 años como país independiente con improvisación en la Cancillería, la cual desempeña una tarea muy importante: ser la institución del gobierno y el Estado ante el mundo.

Tendremos que sentarnos y esperar si el actual gobierno realizará el trabajo necesario o simplemente recordar una frase del presidente Víctor Paz Estenssoro: Bolivia es el país donde pasa todo y no pasa nada.

Fuente: Eju!